Cuando tratas de explicar y te das cuenta que no tienes las palabras te das cuenta que aún te falta mucho por aprender. Y aún así es tanta la riqueza cuando las preguntas te traen aún más preguntas. Cuando las respuestas ya no son suficientes y las palabras solo te desvían del camino que quieres seguir. Y aún así cuanta falta nos hacen las palabras para poder compartir nuestros pensamientos y poder enriquecernos con los pensamientos de los demás.
Y más aún son las preguntas cuando apenas logras vislumbrar el universo que existe dentro de otra persona, de lo complejo que es su mundo y el mar de preguntas en el que habita.
Y es tan fácil perderse en esta maraña de preguntas. Es tan fácil como al mente nos pierde en un mar de ideas cuestionando nuestra realidad. Nos llena de ruido de la mente que ya no nos deja escuchar.
¿Pero acaso no son necesarias esas preguntas para romper las trampas de la mente?
¿Como darnos cuenta cuando hemos caído en un laberinto de preguntas sin salida y cuando estamos rompiendo las paredes de este laberinto?
Es un eterno baile entre el cuestionamiento y el silencio. Salir de los esquemas cada día y volver a descubrir el mundo en que vivimos. Lograr estar atentos a nuestra vida con la mente abierta como un recién nacido. Conocer nuevamente el significado de cada palabra, cada color, cada sonido, cada aroma y cada cosa que tocamos. Dejar fluir nuestros sentimientos, expresarlos completamente y luego dejarlos ir para dejar el espacio a nuevas experiencias.
¿Y si podemos cambiar nuestro futuro o nuestro pasado? ¿Quien sabe? Lo que si es seguro es que podemos cambiar nuestra percepción de ellos y su influencia en nuestro ahora. El soltar lo que fue, lo bueno y lo malo. No va a desaparecer, porque está en nuestra memoria, pero la idea es que ocupe el lugar como un recuerdo pasado y no tenga prioridad sobre nuestras vivencias presentes.
¿Y nuestro futuro? Siempre es necesario planear, prepararnos para lo que viene. Pero una vez hechos los planes, preparados los detalles, ya son pasado y hay que dejarlo para que el futuro se haga presente sea como fuese a presentarse. ¿Y si sirvieron de algo los planes o preparativos o no? ¿Acaso eso ya no es pasado? Vivamos el presente tal como se nos presenta y sin quedarnos pegados en como queríamos que fuera, ya pasó. Es terrible el costo de quedarnos pegados a algo que nunca fue.
Todo cambia, todo se mueve, todo se transforma y gira en mil sentidos y así también nosotros. Al quedarnos pegados en cualquier cosa nos alejamos de la realidad incluso de nuestros propios cambios, de nuestra propia transformación y nuestra mente simplemente deja de ver lo que hay y nos vuelve a proyectar la imagen de lo que veíamos en el momento en que nos quedamos pegados.
Por eso de nuevo tenemos que volver a despertar, ver y conocer todo nuevamente y redescubrir un mundo que tiene muchas más maravillas de las que imaginamos. Estar atentos a nuestro entorno y nuestro interior, el espejo de nuestro universo que existe entre lo que hay dentro y fuera de nosotros. Como un niño que ve la luz del día por primera vez, con toda su inocencia, pero habiendo superado la ingenuidad, porque abrimos los ojos a más de lo que creemos que es y nos permitimos ver un poquito más cada día.
Al fluir naturalmente con el ciclo de transformación, no solo el personal, sino de todo el universo que nos rodea, la vida nos sonríe con colores más vivos y agradables. El cambio se hace natural y suave, ya no chocamos y nos arrastramos como un paquete amarrado al parachoques de un automóvil.
Se puede volar a favor del viento y con la corriente del agua y llegar a un destino nuevo y maravilloso a una velocidad vertiginosa. Si estamos atentos podremos saber para que lado va el viento y hacia donde corre el río.
Y si estiras tu mano y ayudas a otros ese vuelo o esa travesía serán aún más hermosas.