Hay algunos dolores tan profundos que pareciera que un cuchillo nos atraviesa el percho de solo recordar. Hay injusticias tan grandes que nos remueven hasta los más profundo. Y aunque creemos que hemos superados estos dolores en el momento menos esperado un gesto, una mirada, una palabra, una mirada, algo nos recuerda el dolor y vuelve a dolor como si hubiera sido ayer y nos sentimos expuestos y vulnerables.

Y es que hay áreas de la vida en que recibimos los golpes más duro. Especialmente cuando confiamos, cuando amamos, bajamos las barreras y nos exponemos a ser heridos. Pero la solución no es amurallarnos y aislarnos de los demás, sino desarrollar la fortaleza interior para no colocarnos en el lugar en que recibimos la violencia externa.

 

Al recibir la violencia nos volvemos víctimas de ella y algo dentro de nosotros se transforma. Ya no podemos ser los mismos y para dejar de ser víctimas desarrollamos dentro de nosotros una fuerza opuesta de violencia que podemos manifestar de muchísimas maneras, cada una igual de tóxica, dañina e hiriente tanto para con uno mismo como con los demás.

Tomamos las heridas que nos hacen como algo personal, algo que tiene que ver con nosotros y solo nos afecta a nosotros y mientras mayor el dolor, más nos volcamos hacia nosotros mismos y menos somos capaces de ver al otro como una persona con sentimiento y pensamientos propios. Y nos vamos tragando la cola como la serpiente, incapaces de salir del círculo del dolor y la agresión, convirtiéndonos finalmente en nuestro propio enemigo.

Es ese enemigo interno al que necesitamos derrotar, pero no con más golpes y violencia, sino acogiéndolo y soltando toda la violencia acumulado. Y solo al acoger la no violencia dentro de nosotros mismos recuperamos la paz y nos hacemos más fuertes, recuperamos la entereza y es como si abriéramos los ojos por primera vez para ver un mundo nuevo y enfrentarlo con una sincera sonrisa.

El cambio de percepción puede ser lento y de mucho trabajo, pero mientras más practicamos la no violencia empieza a hacerse un hábito y es cada vez mayor la sanación y crecimiento interior. Y en la medida que nosotros nos sanamos también tenemos la oportunidad de tocar con un poco de luz la vida de quienes nos rodean.