En una cultura que nos inculca de pequeños a respetar y obedecer sin cuestionar lo que nos dicen es muy común que una gran parte de nuestro poder personal resida en otros, ya sean personas tangibles como nuestros padres, hermanos, amigos, la pareja, el jefe, o intangibles como el gobierno, la policía, bancos, el sistema de salud o la iglesia. Confiamos en lo que nos dicen y seguimos sus consejos sin convertirlo en una opción propia. En especial cuando la autoestima es baja o está lastimada se acepta incluso aquello con lo que no estamos de acuerdo, aceptamos manipulaciones y agresiones justificadas bajo una sombra de cariño, confianza o miedo, llevando a una espiral descendente de destrucción del yo.
Para poder ver esto y hacerlo consciente muchas veces se necesita tocar fondo, llegar a ese punto en que se vuelve inaguantable, insoportable, intolerable para nuestra propia sobre vivencia, sintiendo que un segundo más de lo mismo nos destruirá. Un golpe lo suficientemente fuerte para obligarnos a abrir los ojos y darnos cuenta que nos hemos convertido en esclavos inconscientemente de un situación que nunca quisimos y que hemos abandonado nuestro propósito de vida y nuestra identidad.
Empieza entonces el camino de vuelta para recordar quienes somos, recuperar nuestros propios sueños, cambiar y sacar de nuestra vida aquello que nos hace mal, aquello que nos enferma, aquello que no es nuestro, aquello que no nos deja avanzar. Puede ser un cambio interior como aprender a ver las cosas con otra mirada, apoderándonos, valorándonos en la justa medida o desarrollando la compasión tanto por uno mismo como por los demás. O puede ser un cambio exterior que nos lleve a concretar nuestra propia realidad, como empezar a poner límites cuando y donde corresponde, aprender a pedir y hasta exigir lo que nos corresponde, como que se nos trate con respeto, nos paguen adecuadamente nuestro trabajo, pedir un aumento de sueldo o buscar un mejor trabajo o cobrar lo que se nos debe.
Darnos cuenta de lo importante que es no hacernos cargo de la vida y las emociones de los demás. Siempre que tratemos a los demás con respeto y razonablemente, no tenemos porqué hacernos cargo de escándalos, exabruptos emocionales o agresiones, no tenemos porque hacernos cargo de los problemas y situaciones de los demás. Siempre es bueno dar una mano, un hombro en el que apoyarse, pero nunca convertirse en una muleta para el otro. Sino, tarde o temprano nos agotaremos y ya no podremos llevar ni nuestro propio peso y el otro nos echará la culpa de no poder caminar.
Cuando permitimos que alguien o algo exterior nos cambie o nos defina de una manera que no tenga que ver con nuestra propia experiencia estamos alejándonos de nuestro auténtico yo, dando paso a miedos, inseguridades, insatisfacción, resentimiento o toda una variedad de emociones que empiezan a acumularse inconscientemente. Terminamos convirtiéndonos en autómatas involuntarios que seguimos un programa que no es el nuestro llevando una vida que día a día va perdiendo sentido. Por eso es necesario que todo lo que escuchemos lo pasemos por el filtro de nuestra propia conciencia. Aunque lo digan nuestros padres, nuestro guía espiritual, el mayor guru o un gran científico o experto en un área. Aunque sea una gran verdad o haga mucho sentido, no tiene porque ser mi verdad. No es necesario pelear o discutir, pero es muy importante resguardar nuestra propia realidad y nuestros actos.
Es posible que en el trabajo, el colegio o la casa no siempre estemos de acuerdo, podemos considerar algo innecesario, inútil o que hay mejores maneras de hacer las cosas. El que hagamos lo que nos piden no significa que empecemos a pensar cómo el otro. Podemos aprender de la experiencia, pero siempre desde nosotros mismos, permitiéndonos equivocarnos y así con bases sólidas poder saber y poder afirmar sí algo está bien o no. Podemos aprender de la propia experiencia o a través de la observación, lo importante es aprender desde nosotros y siempre estar abiertos a nuevos conocimientos, aunque estos transformen toda nuestra realidad.
Siempre hay realidades que primero debemos aceptar tal cual las enseñan, cómo 1+1=2. Al menos hasta que hemos aprendido lo suficiente y tengamos la experiencia cómo para cuestionar hasta lo más básico con los fundamentos adecuados.
Puede ser cómodo y fácil entregar el poder personal dejando que otros decidan cómo debemos vivir la vida, qué es cierto y qué es el falso, qué es bueno y qué es malo, pero hay un costo mayor. El costo de no ser individuos, de no ser creadores de nuestra realidad, que nuestra felicidad esté en manos de otros y aún cuando creemos lograrla no somos realmente felices, porque no es nuestra felicidad, sino lo que alguien más considera que es felicidad.
Cuando nos hacemos cargo de nuestra propia felicidad, de nuestro propio camino, de nuestra propia realidad, el camino puede no ser fácil, pero nuestro corazón nos dará la fuerza y nos guiará hacia lo que realmente queremos. Nos podremos caer, pero no nos daremos por vencido, porque la meta es nuestro más preciado tesoro.