Cuando hemos sufrido una decepción muy grande es importante mirar hacia atrás y revisar como han sido nuestros vínculos desde nuestra más temprana memoria. Las decepciones muchas veces vienen de repetir los patrones  vinculares familiares, de como aprendimos de ellos a vincularnos con la pareja, los hermanos, los abuelos, en el trabajo, con los conocidos y con otras personas.

Claramente el vínculo más importante es el con nuestros padres y luego como aprendimos de ellos a vincularnos con los demás. Esto es algo que va a predominar siempre en nuestra vida, ya sea consciente o inconscientemente.

Para poder sanar nuestros vínculos es primordial sanar los vínculos con nuestros padres, ya sea que estén presentes o no, incluso para quienes no los han conocido.

Tenemos entonces que darnos permiso por breves momentos a retroceder a nuestra infancia y recordar como nos sentíamos, recordar lo bueno y lo malo y permitirnos sanar las heridas que todavía puedan quedar. Reparar ese lazo para transformarlo en un apego seguro completamente sano y desde ahí poder soltarlo y que se transforme en amor incondicional sin dependencia alguna.

Es importante traspasar ese amor incondicional que esperamos de nuestros padres hacia nosotros mismos, aprender a amarnos, nutrirnos, motivarnos, cuidarnos y protegernos sin esperar que alguien más lo haga, sin ponerle ese peso a otra persona entregándole el poder de parte de nuestras vidas. Cuando somos capaces de darnos ese amor sin esperarlo de otro es cuando podemos amar libremente sin ataduras y expectativas, poniendo sanos limites y poder disfrutar de la compañía de los demás sin que esto traiga sufrimiento.

Nuestros vínculos presentes muchas veces son espejos de los vínculos que nos quedan por sanar. El proceso puede ser doloroso, pero sí estamos abiertos a aprender de ellos como un camino de crecimiento y sanación enriquecemos nuestras vida descubriendo cada vez mayor armonía.