Todos hablan como la flor de la noche oscura del alma como Gorse, cuando hemos claudicado, nos dimos por vencido, no hay nada más que hacer. O Sweet Chestnut cuando el dolor y la angustia son tan fuertes e intolerables que ya nada tiene sentido. Pero también está la noche oscura de Olive, de quién ha luchado, ha surgido y ha vuelto a caer, quién ha seguido adelante con una resiliencia que pocos entienden y cuando llega a la meta se da cuenta que solo ha sido el comienzo del camino y que la vida le seguirá exigiendo tanto como ha dado o más, pero las fuerzas se han agotado. Esa sensación de haber corrido la maratón y que al llegar a la meta el premio es correr todo el camino de nuevo.
Ahí es cuando se desea claudicar y la única alternativa atractiva es la suave superficie de la almohada. Pero las exigencias siguen y cada cosa nueva nos lleva al borde del llanto de un ya no puedo más, de un casi odio hacia quien te pide cosas nuevas, aunque no sea su culpa o sean simplemente mensajeros de la nueva tarea por cumplir.
Es como si la vida se hubiera transformado en una prisión de trabajos forzados y el único tiempo que queda es muy poco alcanzando solo para dormir y no morir en el intento. Es como si te hubieran arrebatado la vida misma, una vida que los demás pueden disfrutar, pero para uno es algo lejano, sino imposible.
El corazón se apaga y decae, las cosas pierden su aroma y su sabor, los sonidos se vuelven apagados o molestos, la rutina diaria es como una maquinaria industrial con una cinta sin fin que se continúa sin cesar como un robot.
Aunque uno se proponga a disfrutar aunque sea un momento lo más pequeño, falta el corazón y la energía para incorporar la experiencia, para vivirla plenamente. Y uno cree que solo hace falta el descanso, dormir bien un fin de semana, no hacer nada, pasar el día en pijamas, unas buenas vacaciones, huir de aquello que me agota.
Pero el descanso no es suficiente, el descanso no cambia nuestro día a día, pero sí nos da la energía para ver qué es lo que no está bien. A veces es que nos hacemos cargo de problemas que no son nuestros, o a veces nos tomamos demasiado en serio lo que pasa a nuestro alrededor o nuestras propias tareas o también puede ser la dificultad de priorizar. Las causas que nos han llevado a este estado son muchas y muy variadas, pero el síntoma en común es un cansancio tan grande que el cuerpo y el sistema nervioso ya no nos dan.
Pero es ahí donde viene la tarea más grande, que no es solo encontrar tiempo para descansar, sino para descubrir que necesitamos cambiar para hacer que la vida deje de ser un campo de trabajos forzados, sino un lugar para vivir, disfrutar y ser feliz.
Es así como tenemos que aplicar maniobras de resurrección sobre nuestro pobre corazón que apenas latía, despertarlo y volver a conectarnos con la vida, a descubrir que es lo que nos motiva, nuestros sueños, lo que nos gusta y lo que no nos gusta y cuales son esas situaciones que nos han hecho la vida un lugar inaguantable. El darnos cuenta puede ser doloroso, pero así podremos revisar que cosas cambiar en la vida. Desde nuestra forma de vivir las situaciones, como usar el humor ante la tragedia como Chaplin, a cambiar la manera de ver a los otros o comunicarnos o incluso hasta terminar una situación que no tiene remedio y solo trae sufrimiento a los involucrados. Acá es donde nos ayudamos con las otras escencias para descubrir cuando y donde perdimos nuestro rumbo.
Sea cual sea el camino, hay que permitir que nuestro corazón vuelva a latir y vuelva a sentir, aunque lo primero que sintamos sea rabia, miedo o dolor. De esta manera nos volvemos a reconectar con la vida, con nosotros mismos y volvemos a encontrar la motivación de vivir, el entusiasmo y el disfrute que son lo que más nos hace recuperar la energía al reconectarnos con ese manantial de vida infinito. La capacidad de decir, cansada pero feliz. El poder levantarnos en la mañana con una sonrisa ante el nuevo día y emprender con gusto nuestras tareas diarias. Que cada día no sea un motivo de desgaste, sino de descubrimiento y renovación.