De entre los distintos tipos de duelos hay uno que es difícil reconocer como tal. Es cuando el otro ha cambiado o descubrimos que la persona no es quién dice ser y a se ha convertido en alguien con quien no podemos estar.

Esta 'nuevo persona' nos genera rabia, miedo, rechazo, indignación o un sin fin de otras emociones. Pero queda en el fondo de la caja de Pandora el cariño y el amor por quien era el otro o por quién pensamos que era el otro a través de sus palabras, sus promesas y su actuar, en algunos casos falsos con tal de lograr algo a cambio. 

 

Se hace difícil y casi imposible conciliar el dolor y la pérdida con la rabia o el miedo. Hasta que se desgaste la ira o el miedo o todas las otras emociones causadas por el cambio, el engaño o la traición, ya sea real o percibida, el duelo por quién fue o nunca existió quedará enterrado y latente. 

Pero cuando empieza a manifestarse, a veces incluso años después,  sale como una angustia o fuertes emociones difíciles de explicar, porque no son por el individuo real, sino por alguien que no existe en esta realidad. Nos negamos entonces a vivir este duelo aparentemente sin sentido, porque no sentimos tristeza de estar lejos de esa persona, creemos que no vale la pena.

Pero quien vale la pena somos nosotros mismos, se vivió una pérdida y ese duelo necesita ser vivido en algún momento. Si no lo hacemos nos enfermaremos, sentiremos angustia, un vacío dentro, crisis emocionales, stress y a fin de cuentas, no podremos realmente perdonar y soltar el recuerdo de esa persona.

Es entonces un acto de amor propio el soltar la rabia, el enfrentar el miedo, dejar atrás la angustia, vivir el duelo y así por fín poder perdonar.