Hay una delgada línea entre ser respetuoso con el sentir de los demás y hacerse cargo de lo que sienten. Cruzar esa línea es una falta de respeto a la individualidad y libre albedrío del otro y nos ponemos en una situación insana en que creemos que podemos controlar lo que el otro siente y nos sentimos culpables cuando no se siente feliz. El otro tiene su propio sentir, porque es alguien distinto a mi y necesita su propio espacio y tiempo para procesar sus experiencias. Y así también, tampoco podemos permitir que otros traten de controlar nuestras propias emociones. Ese es el respeto mutuo que nos permite crecer.