Normalmente cuando amamos a alguien nos fijamos en lo que nos gusta, lo que nos atrae, lo que nos cae bien, nos hace reír o felices, lo bueno, lo interesante, etc. Pero eso es sólo un aspecto de cada persona, también está lo feo, lo desagradable, sus mañas y porfías, sus enojos y miedos, su peor lado, sus puntos ciegos, sus fantasmas, sus monstruos, su sombra. Y sin importar el tipo de vínculo, familia, amigos o amados, tarde o temprano al menos uno va a sacar o proyectar su sombra y ahí empieza lo difícil, especialmente si hay apegos, expectativas, dependencia o necesidad de controlar.

Y es que no es sólo lo mejor del otro que deseo en mi vida, sino también sí puedo convivir con lo peor del otro. ¿Pero cómo podemos saber qué es lo peor del otro? A veces la experiencia o la intuición nos ayudan, pero no siempre podemos saber o si quiera imaginar que es ese inmenso universo que existe en el otro.

¿Que nos queda entonces? Aprender a confiar con los ojos abiertos, tomar precauciones sanas, aunque parezcan innecesarias cómo por ejemplo el matrimonio con separación de bienes, conversar las cosas claramente y llegar a acuerdos y evitar por sobre todo los "pensé que" y "creí que". Estar abiertos a que el otro nos puede sorprender, tanto en forma positiva cómo negativa, porque nunca terminamos de conocer a alguien, porque todos cambiamos en el tiempo. Siempre tiene que haber diálogo honesto. Si no es así, significa que el vinculo está enfermando y se puede volver altamente tóxico o morir.

Entender que por más que ame a la otra persona, no me puedo hacer cargo de sus emociones. Puedo acompañarlo, apoyarlo, escucharlo y hasta dar consejos sí corresponde, pero no llevar su peso. Apoyarlos de tal manera que puedan aprender a levantarse de nuevo tras las caídas.

Y lo más importante es trabajar en sanar nuestras propias heridas y en aprender a tener una forma de pensar sana y madura, porque eso nos hará más fuertes y menos expuestos a que nos hieran. Y es que es justamente en los vínculos donde vemos nuestros puntos débiles.

Es tan común el pensar que amar es perder nuestro centro, entregarse al otro, mimetizarse con el grupo, ceder parte de nuestro poder personal, olvidarse quién soy para pasar a ser parte del otro. Pero eso no es amor, es casi una búsqueda de volver a sentir el calor y seguridad del vientre materno en donde no había un yo ni había identidad.

Amar es desde mi centro, desde mi persona, escoger estar contigo (papá, mamá, hermano o hermana, hijo o hija, amigo o amiga, amado o amada) cada día, no por necesidad, sino para compartir mi alegría y también mis experiencias de vida, del tipo que sean. Si el día de mañana no estás por la razón que sea, me dolerá , pero volveré a ser feliz, porque nunca perdí mi centro. Y sí el día de mañana no estoy quiero que también puedas ser feliz.

Y sí el estar separados nos hace más felices que estar juntos o cerca, probablemente esa sea la mejor decisión a tomar. No sólo rendirnos ante las dificultades, sino reconocer que se puede sanar o salvar y cuando se ha llegado a un punto en el que ya no hay vuelta atrás. Porque para sanar un vinculo se necesitan dos, porque no se puede perdonar lo que para uno es imperdonable, o porque el "lo siento" después de una cierta cantidad de veces deja de tener sentido, sino va acompañado de un gesto que pueda resolver las cosas.

Hace falta conocerse, tanto para poner límites antes de llegar a lo intolerable, cómo para tener humildad y reconocer nuestras propias limitaciones y hacernos cargo de nuestra propia sombra.

Todo vinculo puede se constructivo o destructivo dependiendo de cómo lo abordemos y las herramientas que tengamos, pero siempre hay algo que aprender y ayudarnos a crecer. Cada persona en nuestras vidas tiene una razón para estar ahí y depende de nosotros como podamos llevar el vínculo. Aprender a reconocer al otro como un todo y no solo lo que nos gusta.