Los niños al ir creciendo pasan por distintos tipos de traumas, desde una caída con un raspón en la rodilla hasta en algunos casos maltrato físico o verbal. Esto puede pasar en el núcleo del hogar como en la escuela o la calle. Muchos de estos traumas se van sanando en el camino, como el raspón en la rodilla con un cariñito de mamá o papá. Pero muchas veces, en especial en casos de abuso, el daño se invisibiliza anulando al niño con "no, si no es nada", "no exageres", "no pasó nada", "no mientas", "hazte fuerte", "son cosas de la vida", "todos pasan por eso", "que van a pensar los demás".
Y es que muchas veces la violencia se ha normalizado y hecho parte de la sociedad. Y ese niño o niña queda solo, sin contención emocional, inseguro, normalizando su dolor y que no habrá en su vida quien lo respalde, en quien encontrar apoyo o contención. Y aunque algunos crean que es una forma de desarrollar fortaleza y coraje, en muchos casos lo que surge es el desamparo y resentimiento o bien la disociación con sus emociones y hasta conductas sociopáticas. Y tampoco tiene que ver con sobreproteger y mimar a los niños, sino algo tan simple como reconocer su herida, su dolor, un te escucho, te entiendo, te veo. En algunos casos ni siquiera se necesita una solución, sino tan solo reconocimiento.
Lo más difícil es cuando se lleva este dolor hasta la adultez enterrado profundamente en el baúl del subconsciente. Volver a abrir la herida, escarbar en el pasado puede parecer innecesario, una pérdida de tiempo, solo sacar y vivir de nuevo el dolor. Y esto pasa si se hace sin guía, sin propósito. Pero cuando se hace para reconocerlo como parte de la propia biografía, para aceptar lo que sucedió y acoger a esa niña o niño que eramos cuando esto sucedió, para soltar el pasado y cerrar capítulos. Para que el pasado, lugares, personas ya no tengan poder sobre mi y ya no me afecte, entonces nos liberamos para vivir nuestro presente sin cargas. Es un proceso delicado y por eso es siempre recomendable hacerlo con el apoyo de un terapeuta.