Al trabajar con la mente entramos a una colección de espacios interconectados de variados tamaños, que no sabemos donde empiezan y donde terminan. Las puertas están escondidas y las paredes son imperceptibles. A veces puedes quedarte encerrado en un espacio sin poder salir, otras entras a un espacio nuevo sin darte cuenta. A veces hay espacios ocultos donde encontramos tesoros, otras veces nos encontramos con fantasmas o monstruos.
Al entrar en la mente hay áreas conocidas, pero también muchas áreas por conocer. Son los más valientes que se atreven a entrar a lo más profundo de su laberinto, enfrentar a sus fantasmas y domar a sus monstruos y demonios.
Quién busca las respuestas y responsabilidades afuera tan solo se pierde más en su propio laberinto y se encuentra a sus monstruos sin estar preparado.
Pero no es nuestra labor mostrarle al otro su propio laberinto, sino entregarle las herramientas para poder entrar y salir de él intactos. Aunque podamos ver más allá de la entrada de su laberinto, no debemos mirar, porque sus monstruos esconden sus secretos y sólo cada persona tiene el derecho a decidir si compartirlos, a quien y cuando quiera compartirlos.
Cada laberinto es único y sagrado y entrar sin permiso es como profanar un templo. Es entonces lo correcto honrarlo, así como honrar a cada aventurero que se dispone a recorrerlo.