La culpa intrusa se esconde detrás de los pensamientos haciendo como si no estuviera ahí. Susurra a nuestros oídos: "Cómo te vas a sentir mal tú si hay tantos otros que lo pasan mucho peor. Quizás te merezcas pasarlo mal. Podrías haberlo hecho mejor. Podrías haber hecho algo para evitarlo. Eres responsable de tu vida y de lo que te pasa." Y no nos deja sentir nuestras emociones, no nos deja procesar nuestras vivencias, no nos deja superar nuestros errores y volver a vivir. La culpa nos manipula y quiere que nos hagamos cargo de todos los demás, menos de nosotros mismos. La culpa nos engaña y nos dice que no merecemos ser felices aunque reparemos mil veces nuestros errores. La culpa nos carga con los errores de los demás y nos hace creer que son nuestros. La culpa nos miente y nos dice que no merecemos perdón y que no tenemos derecho a perdonarnos nosotros mismos. La culpa nos quita la fuerza, nos quita la vida y nos quita el amor. La culpa nos dice que merecemos castigo y que no nos podemos defender.
Pero que equivocada está la culpa. Vinimos a ser felices, a equivocarnos y aprender de nuestros errores, a crecer, a hacernos fuertes y vivir la vida en todo su esplendor. La culpa sólo puede entrar ahí donde falta el amor y el perdón y está en nosotros soltarnos de sus cadenas. Tan solo somos responsables de nuestros actos, pero no de lo que hagan sientan o piensen los demás. Cada uno tiene la fortaleza de ponerla en su lugar y acallar su voz y esa fuerza es el amor y el perdón, la compasión y la gentileza.
Tenemos todo el derecho de enojarnos, entristezernos, llorar y gritar, hablar nuestra verdad y expresar las cosas como son. Que la culpa no nos detenga de vivir nuestra vida de frente respirando profundamente y llenando nuestros pulmones. Cada día es un nuevo comienzo y una nueva oportunidad de vivir libremente.