Las emociones calificadas como negativas también tienen un propósito en su sana medida y canalizadas adecuadamente. El miedo nos cuida de no correr riesgos innecesarios y nos alerta de peligros reales. La rabia nos lleva a poder poner límites y superarnos nosotros mismos. La tristeza nos lleva a tomar calma para procesar un proceso de pérdida de manera sana. El asco nos alerta de algo en mal estado que puede perjudicar nuestra salud. La culpa nos lleva a reconocer nuestros errores y corregir nuestro comportamiento. La incertidumbre nos lleva a planificar y estar preparados. La envidia nos muestra algo que deseamos en nuestro interior y por lo que debemos trabajar más fuerte para lograrlo. La soledad nos muestra la distancia que hemos puesto nosotros mismo incluso con nuestro propio corazón y la falta de amor propio. La frustración es una oportunidad para desarrollar la persistencia y disciplina. No es el propósito anularlas, sino aceptar el sentir y canalizarlo de una manera que sea provechoso para mí.