Es entendible el no querer vivir el dolor de los duelos. A veces las pérdida, la separación, el desengaño son tan grandes que enfrentar ese dolor se parece a enfrentar a la muerte. A veces no está el tiempo, no existe el espacio o no hay un lugar para poder entregarse al dolor y dejarlo fluir.
Pero cuando guardamos ese dolor y lo vamos acumulando en nuestra mochila de sentimientos olvidados, aunque nos acostumbremos a su peso, es un peso que nos va agotando y robando la alegría poco a poco. El consuelo y el amor de nuestros seres querido solo aligera un poco la carga, pero la carga no podrá desaparecer hasta que nos permitamos transformar esa experiencias y emociones y finalmente liberarlas.
Una vez vividas nos damos cuenta que no eran tan terribles como parecían.