En la medida que crecemos y maduramos los vínculos con nuestros padres van cambiando, nos hacemos responsables de nosotros mismos, dejamos de depender de ellos. Dejamos de verlos como esas personas grandes que nos protegían, sino como pares, como personas que amamos y que nos han dado mucho.

Y en ese proceso, en el cambio del vínculo, en la maduración, hay un acto de volvernos huérfanos al hacernos los responsables de nuestras vidas. Para algunos puede ser a muy temprana edad por dificultades de la vida o falta de amor o aceptación. Para otros mucho más tarde, especialmente a aquellos que les cuesta dejar el nido.

Y es que hay una parte de nuestra mente, de nuestra escencia que nunca deja de ser la niña que fuimos. Es esa parte la que se convierte en huérfana y buscará el cobijo y el amor que nos falta. Lo natural es buscar ese amor afuera de otra persona, pero mientras se haga eso el otro será el responsble de llenar el vacío en nosotros y no será amor verdadero.

Es nuestro trabajo aprender a amarnos, a darnos ese amor, de cuidarnos, acogernos y aceptarnos, de que esa niña en nosotros no quede huérfana y abandonada, sino que sea una niña que se siente amada incondicionalmente y segura.
Podemos ayudar a ese proceso de muchas maneras:

  1. Visualización con el niña interior: veo a mi niña chiquita y me acerco a ella en mi forma adulta. La abrazo, la cobijo y le aseguro que la amaré por siempre incondicionalmente. Me permito vivirlo y sentirlo, tanto como la niña como la mujer.
  2. Escribir un certificado de adopción desde mi adulta hacia mi niña. Escribirlo a mano y adornalo para que se vea hermoso y que represente la intención del documento.
  3. Escribirle una carta diciéndole cuanto la amamos y dándole toda la seguridad que necesita.
  4. Realizar un diaporama recortando imágenes que representen todo el amor que necesita nuestra niña.
  5. Cantarle arrullos de cuna como haríamos a nuestro propio bebé.

Nos ayudará a mejorar nuestra seguridad básica, la confianza en nosotros mismos y nuestra autoestima.