Algo importante a aprender es que la persona más importante y merecedora de mi cariño soy yo y que la expresión de amor más valiosa es el amor que yo misma me puedo dar. Que el abrazo más cálido es el que yo me doy y la caricia más dulce la propia. Que la única opinión que importa en mi vida es la mía y que los consejos más sabios vendrán de mi guía interior. Que los consejos y opiniones de los demás siempre tienen que pasar por el filtro de mi mejor consejero, que soy yo misma. Que está en mis manos conocerme mejor cada día un poquito más, ser un poco mejor y aprender algo nuevo. Que soy la única responsable de mi vida, mi salud, mis pensamientos. Que soy yo quién debo aprender a aceptarme y amarme incondicionalmente y que sólo en la medida que me ame podré amar a otros y no que sea una necesidad de recibir amor y aceptación. Entender que familia y amigos son compañeros de camino que llegan y se van y que aunque haya apoyo mutuo no los puedo usar de muleta, ni dejar que me usen como muleta o una piedra en la que sentarse.
Es tan importante darme cuenta que nadie puede darme ese amor que yo necesito sí no me lo doy yo primero. El amor propio es como la fuente que recibe y sostiene el amor de los demás y que desde ese amor que hay ya dentro de mi misma es que puedo amar verdadera e incondicionalmente.
El verdadero amor nace de la plenitud y no de la carencia y hasta que logramos desarrollar esa plenitud, los vínculos con los demás los convierten en nuestros maestros que nos enseñan lo que todavía nos queda por aprender.