Cuando la vida nos golpea surge una avalancha de emociones que nos sacan de nuestro centro. Podemos huir de estas emociones trabajando o manteniéndose ocupados. Podemos tratar de entender lo que nos pasa analizándolo de manera lógica. O podemos sumergirnos en estas emociones dando rienda suelta a lo que sentimos, alejándonos por el tiempo que sea necesario del mundo cotidiano.
Pero el verdadero camino de sanación es el arduo camino hacia nuestro centro, nuestro yo interior o superior, nuestro guía interno, nuestro espíritu. Aunque las vivencias, nuestros pensamientos, las emociones nos arrastren como un torbellino cada día, cada día hay que tomar ese camino de vuelta a nosotros mismos, aunque sea arduo, aunque pueda ser doloroso, aunque parezca que hoy no podremos llegar. Cada día hay que avanzar un paso más hacia se lugar en nosotros en que nuestras emociones y pensamientos están en equilibrio, donde reside nuestra sabiduría, el amor, la compasión, la claridad y el silencio la calma anhelados.
Y cada día que nos esforcemos por llegar a ese lugar en nuestro interior se hará un poco más fácil, cada vez se hará un camino más conocido, cada vez dolerá menos y en algún momento, en vez de un arduo camino será volver al lugar de paz, de tranquilidad, de armonía, el hogar dentro de nosotros mismos, ese lugar donde nos sentimos acogidos y seguros. Y no solo será cada vez un menor camino a recorrer, sino un espacio interior en el que podremos estar con más facilidad y traerlo a nuestra vida cotidiana.
Aún así siempre habrá situaciones en nuestra vida cotidiana que nos puedan sacar nuestro centro, pero mientras mayor sea nuestra práctica de paz interior, más fácil será volver a ella.