Ser un empático o una persona altamente sensible no nos hace tan distintos a los demás. Esas emociones que percibimos y nos abruman, nos sacan de nuestro centro o nos desequilibran, no son más que un espejo de aquello que no hemos resuelto en nuestro propio interior. Y es que vinimos a este mundo con la capacidad para ponernos en los zapatos del otro, no para juzgarlo, sino para ayudarlo a sanar. Pero para eso tenemos que sanar nosotros mismos primero. Venimos a dar desde la sabiduría que estamos hechos de amor. No es cuestión de darlo o recibirlo, sino recordar que lo somos.