Poner límites suele ser una de las lecciones más difíciles en la vida. No es solo en el dar y recibir, decir sí y no cuando hace falta o poner distancia física adecuada. También tiene que ver con aceptar o no conductas, tratos, comportamientos, el cómo te hacen sentir. Es más fácil decir no me toques o me duele que me digas esto, pero es más difícil con la manipulación, conductas pasivo agresivas o con las personas que hacen escándalo o se ofenden con lo que sea. Tomar distancia suele ser la opción más sabia, pero no siempre es posible. Se opta usualmente por callar para no tener problemas, pero suele llevar a la frustración y a un sentimiento de desprotección. Y ahí viene la dura decisión de cuándo callar y cuándo confrontar. Puede que confrontar no sea la mejor decisión desde el punto de vista estratégico, pero puede ser muy importante para proteger nuestro ser interno, sin importar que a veces se rompa algo. Confrontar no significa agredir, sino exponer lo que está mal desde los hechos concretos. Quien realmente te estime te escuchará y buscará contigo una solución o punto de encuentro. Quien se quiera sentir ofendido lo hará igual, sin importar lo que hagas o lo que digas. Lo demás se trabaja en terapia.