Para muchos es difícil pedir ayuda, porque han aprendido que equivale a no ser suficiente, no ser capaz, ser defectuoso, ser rechazado, que la ayuda viene con un costo personal muy elevado, humillarse, doblegarse, ser criticado o juzgado. No conciben que al recibir ayuda se les pueda dignificar,  enseñar, colaborar y ser una oportunidad de crecimiento tanto personal, como en el vínculo. Pedir ayuda no es ponerse por debajo del otro, sino reconocer los propios límites y de igual a igual pedir una mano cuando hace falta. La verdadera ayuda respeta el lugar y la dignidad tanto de quien ayuda, como de quien es ayudado, generando así también la gratitud entre pares.