Cuan necesario se hace volver a la caverna en nuestro interior después de una larga lucha. Cotejar lo ganado y lo perdido, darle el tiempo y el espacio a nuestras heridas para sanar y descubrir en quién nos hemos transformado, cuantos cambios hemos vivido, quién soy hoy en día. Si todavía estoy en mi camino, si me perdí en el bosque o si mi camino hoy es otro.
Toca revisar la coherencia entre mis acciones, mis palabras y mis pensamientos que se han alejado tras seguir un vertiginoso paso hacia lo que creía mi destino. El destino aún puede ser correcto, pero no necesariamente el como lo estoy recorriendo, darme cuenta de qué cosas valiosas he dejado atrás y qué cosas arrastro conmigo que ya no nos sirven. Que en el apuro y en el esfuerzo he dejado de ver lo que me rodea y como va cambiando mi entorno.
Hace falta tomar perspectiva entonces desde un lugar diferente que nos permite revisar nuestra ruta, nuestros planes, nuestras necesidades y la profundidad de nuestros sueños. Empezar luego con un comienzo fresco por el camino que nos haga felices.
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- Escrito por: Carmen Stange
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Hay algunos dolores tan profundos que pareciera que un cuchillo nos atraviesa el percho de solo recordar. Hay injusticias tan grandes que nos remueven hasta los más profundo. Y aunque creemos que hemos superados estos dolores en el momento menos esperado un gesto, una mirada, una palabra, una mirada, algo nos recuerda el dolor y vuelve a dolor como si hubiera sido ayer y nos sentimos expuestos y vulnerables.
Y es que hay áreas de la vida en que recibimos los golpes más duro. Especialmente cuando confiamos, cuando amamos, bajamos las barreras y nos exponemos a ser heridos. Pero la solución no es amurallarnos y aislarnos de los demás, sino desarrollar la fortaleza interior para no colocarnos en el lugar en que recibimos la violencia externa.
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Desde pequeños nos enseñan cómo hacer las cosas, qué es bueno y qué es malo, a quienes admirar y a quienes repudiar.
En la medida que crecemos nuestros ídolos cambian y aprendemos nuevas formas de hacer las cosas y de pensar para así ir logrando nuestros sueños que sentimos que tenemos que cumplir, imitando a quienes admiramos, a nuestros padres, nuestros profesores, aquella persona tan popular, aquel genio, ese gran pensador, ese verdadero líder u orador, esa persona digna de imitar o seguir.
O las ideas que nos proponen nuestros guías o modelos espirituales, guías vocacionales, terapeutas o nuestros mejores amigos.
Con el tiempo logramos tener lo que queremos, cumplimos nuestras metas, cumplimos con las necesidades y exigencias de nuestros seres amados, pero aún así algo falta. Somos felices, pero… ¿pero qué? Y es ahí donde empieza la búsqueda de ese algo que hace que nuestra felicidad, nuestros logros, nuestras vidas pierdan brillo, pierdan color y suenen como un instrumento fuera de tono. Ese algo que sentimos que perdimos o no vimos en el camino y que ahora nos pesa en el alma sin saber qué es.
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Dentro de las tradiciones japonesas está el celebrar el florecimiento de las flores de sakura (cerezo). Suelen sentarse por largos momentos a contemplar la belleza de estas flores. Más que admirar solo su belleza, hay un sentido mucho más profundo. Es lo que nos transmite esta pequeña flor.
Una gran simpleza y la vez tanta perfección en algo tan pequeño. Su luz, su tranquilidad, es una entre miles y la vez cada una de ellas es única y perfecta. Efímera también, un viento, una lluvia o muchas otras cosas pueden hacer que caiga del árbol acortando su vida o bien puede llegar a vivir muchos días más que otras florecillas. Y aún así almacena un tremendo potencial, de llegar a generar un fruto, una semilla, un árbol, una arboleda.
Así también deberíamos ser nosotros, reconociendo al ser único y perfecto entre muchos otros seres a su vez maravillosos. Somos solo un suspiro, un momento y a la vez tenemos un potencial que no logramos siquiera a imaginar. Todo eso lo somos ahora. Y al detenernos un momento a contemplar en silencio y en paz una pequeña flor como la de sakura podemos observar la paz, la luz, la armonía y todo lo que podemos ser nosotros mismos.
Por eso creo que es una gran meta el querer ser tan simples y perfectos como una pequeña flor de sakura.
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Volver al mar, a quien he sido. A esa inmensidad que me ahoga para recordarme mi camino, quien soy. Para recordar que en realidad lo que necesitaba eran las dulces aguas de un tranquilo río. Aguas cristalinas que al bañar la cálida arena permiten crear el barro con el que volveré a formar mi cuerpo. Tal como siempre ha sido, tal como siempre debió ser.
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- Escrito por: Carmen Stange
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