Normalmente cuando amamos a alguien nos fijamos en lo que nos gusta, lo que nos atrae, lo que nos cae bien, nos hace reír o felices, lo bueno, lo interesante, etc. Pero eso es sólo un aspecto de cada persona, también está lo feo, lo desagradable, sus mañas y porfías, sus enojos y miedos, su peor lado, sus puntos ciegos, sus fantasmas, sus monstruos, su sombra. Y sin importar el tipo de vínculo, familia, amigos o amados, tarde o temprano al menos uno va a sacar o proyectar su sombra y ahí empieza lo difícil, especialmente si hay apegos, expectativas, dependencia o necesidad de controlar.
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- Escrito por: Carmen Stange
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Todos hemos pasados momentos difíciles en nuestras vidas que nos han hecho sentir víctimas de una situación, de injusticias, etc. No es raro que al sentir mucho dolor, angustia, rabia, miedo o stress uno se sienta indefenso, pero una cosa es el sentimiento y algo distinto el quedarse pegado en el rol de víctima, que desencadena una serie de reacciones, actitudes y comportamientos que intoxican a quien se siente víctima y a todos quienes le rodean.
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Cuando sufrimos experiencias dolorosas a veces nos aferramos a ellas para entenderlas, para encontrarles algún sentido en nuestra vida. Pensamos en cada detalle de lo ocurrido, lo damos vuelta una y otra vez, revivimos la experiencia, pensamos en los distintos escenarios que se podrían haber dado, el porqué pasó lo que pasó. Pero en medio del dolor nos olvidamos que solo al soltar la experiencia, sentirla por el tiempo que haya que sentirla y luego dejar ir esos sentimientos, solo entonces al volver la calma y la claridad es que podremos recién empezar a encontrar un sentido y qué es lo que tenemos que aprender de lo vivido. Hace falta llorar, enojarse, angustiarse, asustarse e incluso negar por un tiempo lo vivido cuando se hace demasiado difícil de procesar. Dejar que las emociones tomen su curso natural, pero lo más importante es traer la mente de vuelta al presente cuantas veces sea necesario, soltar el pasado. No olvidarlo, sino soltarlo, porque solo así encontraremos sanación y podemos volver a vivir y disfrutar realmente el presente.
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Cuando la vida nos golpea surge una avalancha de emociones que nos sacan de nuestro centro. Podemos huir de estas emociones trabajando o manteniéndose ocupados. Podemos tratar de entender lo que nos pasa analizándolo de manera lógica. O podemos sumergirnos en estas emociones dando rienda suelta a lo que sentimos, alejándonos por el tiempo que sea necesario del mundo cotidiano.
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Que importante es en este mundo acelerado aprender a perdonar, a soltar, a permitir que el pasado sea el pasado y sanar las emociones, para que el recordar no sea un martirio que nos arruine el día.
Pero hay un paso anterior igual de importante, que es aprender a perdonarnos nosotros mismos.
Perdonarnos de no habernos dado cuenta y reaccionado a tiempo para prevenir el problema. Perdonarnos el no haber visto las señales que después parecen tan obvias. Perdonarnos el haber confiado demasiado y no haber tomado las precauciones necesarias. Perdonarnos el haber dado y ayudado demasiado sin asegurarnos que el otro aprendiese a ayudarse a sí mismo y no se volviera dependiente pidiendo cada vez más hasta pedirnos más de lo que podemos dar. Perdonarnos el no haber dicho No y habernos ahorrado salir heridos. Perdonarnos el haber sido débiles y habernos equivocado. Perdonarnos el haber reaccionado mal y dicho cosas que no arrepentimos después. Perdonarnos el no haber podido ver a través de mentiras e intrigas. Perdonarnos el no reconocer que la otra persona no era quién creíamos. Perdonarnos el olvidar que no todos tenemos los mismos valores morales. Perdonarnos el olvidar que hay personas con problemas tales que no les permite darse cuenta de la consecuencia de sus actos. Perdonarnos el habernos obligado a vivir situaciones intolerables por falsas esperanzas y promesas incumplidas. Perdonarnos el no habernos permitido una vida mejor persiguiendo un sueño que ya ni siquiera era nuestro. Y tantas cosas más que perdonar, tantas otras maneras de expresar.
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