El encontrar verdadera sororidad en esta vida me ha enseñado que no se trata de competir, sino de compartir. Que la compasión y el servicio no tienen relación con quien tiene la razón o es el mejor, sino respetar e incluir las diferencias que nos enriquecen. Que cuando dejamos de juzgar el camino del otro también honramos nuestro propio camino. Doy gracias por todas y cada una de las personas en mi camino que me ha enseñado que la bondad y la generosidad auténtica son valores que aún existen y me han enseñado a confiar y cultivar hermosos vínculos.
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- Escrito por: Carmen Stange
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Acepto y reconozco mi dolor, le doy el lugar que necesita, ni más, ni menos y me abro a escuchar las enseñanzas que trae. Tomo aquel espacio en que existo en el amor, ahí donde reconozco que soy la energía del amor y mi propia luz. Integro ambas partes, todas mis partes y me doy todo el amor que necesito para sanar. Suelto la necesidad de enfocarme en un solo aspecto y perder mi centro, sino que veo todo lo que soy, reconociendo mis fortalezas y debilidades, dándome el tiempo, el espacio y el amor que necesito para sanar. Soy luz y sombra, me doy todo lo que necesito. Me libero de esperar que otros me sanen y tomo mi sanación en mis manos. Aprendo a respetar mis espacios y mis necesidades y me libero de la culpa de no cumplir con las expectativas de los demás.
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Es más fácil quejarnos que hacernos cargo de lo que sentimos. Socialmente la queja es aceptada de manera natural, mientras la expresión de nuestros sentimientos y vivencias internas son evitados, rechazados, criticados y vistos como un signo de debilidad. Se ve la vulnerabilidad y fragilidad como algo negativo en vez de una condición inherentemente humana. Y así la queja pasa a ser una herramienta útil para mantener una sociedad de autómatas. Pero así también tomar conciencia de nuestras emociones y nuestra responsabilidad de lo que estamos viviendo nos lleva a crear una sociedad más consciente y humana.
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Uno de los mayores problemas de comunicación es cuando uno asume o cree saber lo que el otro está pensando, los clásicos "yo pensé que...", "yo creí que...", "es que tu siempre...", "es que una vez dijiste..." o muchas otras variantes. Cuando una simple pregunta podría haber aclarado todo, parecieran haber razones para no preguntar. No me atrevo, no quiero molestar, para que voy a preguntar de nuevo, yo se lo que le gusta, yo se lo que quiere, si le pregunto se enoja, es que espera que yo sepa, no me atrevo a preguntarle, no se como va a reaccionar, me da vergüenza, me da miedo, no se me ocurrió, las razones pueden ser muchas. El resultado es que cada cual en este caso saca conclusiones erradas, no se permite conocer al otro ni le da el espacio al otro de cambiar o tener gustos o necesidades diferentes según las circunstancias.
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Agradezco a la anciana sabia en mi, que me recuerda que las preocupaciones de hoy son solo pasajeras, que me recuerda que mi armonía habita en mi centro, que mis canas son vida vivida, que cada respiro es una bendición, que mi sonrisa nace de mi interior y la tranquilidad de saber que nada está en mi control y está bien que así sea. Me recuerda vivir cada momento en plenitud y que la edad es solo algo mental. Me recuerda agradecer lo bueno y lo malo, porque todo es parte del proceso. Me recuerda la bendición de la vida en cada una de sus etapas y la posibilidad de vivir en el presente.
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